miércoles, 2 de junio de 2010

La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran. Paul Valéry
TRAGEDIA
Se llevó la mano a la frente y, a modo de visera, la colocó en el ceño fruncido. Miró al sur, hacia el horizonte, y vio una larga procesión de ataúdes que desdibujaban con sus destellos la línea imaginaria. ¡Son los muertos de la guerra! Pensó. Y recordó las grandes y reconciliadoras palabras de paz, libertad y democracia que, después de todas las guerras, prometían al mundo desde la impecable mesa de los cancerberos. Penetró mas adelante, sorteando con la mirada el lúgubre contraluz, y apareció nítido el escenario de la gran tragedia. Un soldado deambulaba entre las ruinas. Cansado, se sienta sobre la carcasa de un misil reventado de odio. Abre la boca hasta encajar dentro el cañón de su arma y se pega un tiro. Era un soldado sin enemigos. Una criatura desesperada se esfuerza en pronunciar el nombre de su madre. El llanto no le deja, pero está segura de que su madre, acudirá a despertarla y la sacará de aquel sueño maldito. Un centinela de trinchera ve a lo lejos al enemigo y se pregunta quién será ese desconocido que caerá cuando él apriete el gatillo. ¡Escenas desgarradoras de la guerra! pensó. Al fondo, amparado en la oscuridad, un hombre arrogante y entrado en años aplastaba con la yema de sus dedos la densidad de un líquido negro. Unas gotas codiciosas caen y atraviesan el buche de una paloma que gorjeaba en el desierto. El hombre arrogante se asusta y adopta forma de loba. Aúlla, se estira en el suelo y acuden una docena de cachorros que, entusiasmados, se enganchan a los pezones rosados de la ubre. La leche negra brota hasta el desbordamiento. Al fondo, también, pero en el lado contrario, un hombre sólo y como perdido mezcla sangre de inocentes con plegarias incomprensibles. Mientras, busca desesperanzado entre las dunas, granos de arena que pasen por el yugo de su reloj a punto de pararse. Una vez más, la realidad superaba a la ficción. La espesa bruma de la distancia y el acento cinematográfico de la televisión no bastaron para vender la farsa como causa justa. ¿Qué tendrán dentro de esos corazones esas mentes tan siniestras? ¿Estarán locos?, se preguntó. Indignado, avergonzado de su especie, deseó convertirse en rata y perder su divinidad. ¡Quizá así, pensó, pueda entender el odio y la repugnancia de los hombres! INH

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