jueves, 27 de mayo de 2010

NO MIENTO CUANDO TE DIGO QUE ES CIERTO



He cogido tu último libro entre mis manos y he leído uno de sus poemas. Y otro y otro. Y… maldita sea, qué desatinado estuviste. Que accidente más absurdo.
En la contraportada hay una dedicatoria conmovedora que escribiste al acabar la lectura de tus poesías. Sin saberlo, la última vez que recitabas tus versos a esos extraños tan cercanos. ¿Recuerdas aquel lugar? Un teatro en la buhardilla de un precioso edificio. Te encontrabas a gusto en aquel espacio abarrotado de gente. Se notaba. El aforo, que no era muy grande, hacía que todos nos sintiéramos más próximos a tí. A tu obra. Tu voz quebrada, tocada por aquel tabaco negro que fumabas, mostraba con claridad los rincones más ocultos de tus poemas. La luz, envuelta en humo, se hacía tenue. Señalaba un rostro endurecido, no sé si por las sombras o por esa mirada del poeta que traspasa, pero de cualquier manera, a cada palabra tuya, a cada estrofa, tu rostro enternecía. Releo tus escritos. Abundo en ellos más que nunca. Y me pregunto, si será por que te fuiste así, de repente. Hoy, mientras miraba hacia atrás, he recordado ese “Quiero que regresemos al pan duro, a la fruta furtiva” que mencionas en uno de tus poemas, refiriéndote a esos amigos de la primera escuela que se quedaron atrás, o el destino los llevó lejos, pero que, en definitiva, necesitabas recordarlos cuando un sentimiento recorrió tu piel hasta ponerla de gallina. Hoy he recordado ese poema. Y a esos amigos, que como los tuyos, un día me enseñaron y después se perdieron. Y te he recordado a ti. Y he cogido ese libro, y sus poemas, que son tuyos, y he respirado al filo de la nostalgia más dura; del recuerdo más triste. He buscado entre papeles, una carpeta roja llena de recortes de prensa. Hablan de tu obra, de tu persona, del fatal accidente. Un famoso escritor y periodista dice: “Su recuerdo es para mí y para muchos una lección de libertad, de dignidad, de coherencia”. Y tiene razón. Tus poemas están llenos de recuerdos de unos tiempos difíciles. Unos tiempos de incertidumbre y brutalidad donde la edad temprana se llevaba la peor parte. Pero ahí quedan tus reflexiones. Cualquier otro camino, quizás, te habría hecho olvidar y envejecer más cómodamente pero, ¡ay!, nadie puede rodear el interior para evitar la sensibilidad que proporcionan los ojos; el corazón o la memoria. Esa sensibilidad que hablaba de libertad cuando era una palabra prohibida y que después, cuando ya no lo fue, seguía vigente en tus escritos revindicándola desde otros conceptos más profundos. Pero, en fin, no voy a exponerte ahora las impresiones intelectuales que se han publicado sobre tí desde que nos dejaste. No. Hay muchas y todas coinciden en ese punto cabal que hace excepcional a una persona. Yo, lo que si quiero que sepas, es que te estoy muy agradecido por haberte pegado a ese lado de la vida desde donde nos has enseñado, línea a línea, a traspasar el cómodo y absurdo estado de la indeferencia. Ese estado infranqueable, casi vegetal, que si no se estimula te entrega indefenso a la rutina de lo convencional. No es que hayas sido mi guía espiritual, ni un gurú, ni un Dios al que tenga que agradecer el descubrimiento de la verdad. Pero sí que fuiste uno de esos autores claves, que a cierta edad, me proporcionaron, con respecto a la vida, la posibilidad de elegir, la posibilidad de combatir lo que se daba como definitivo. Y ahora, con tu libro abierto, me adentro en sus páginas y descubro palabras nuevas; imágenes claras en las estrofas; heridas cerradas que dejaron brecha en el recuerdo: colores oscuros a punto de cuajar en negro; situaciones dolorosas y divertidas. Y vuelvo a la dedicatoria que hay en la contraportada y que va dirigida a mi hija. Como así te lo pedí. Y no puedo evitar emocionarme cuando leo “A Sibil.la del padre de Julia”.
INH
El poeta José Agustín Goytisolo, en 1996।- MARCEL·LÍ SÀENZ

No hay comentarios: