viernes, 11 de junio de 2010








Pericles
VIGILIA DE UNA SENTENCIA O LA INCERTIDUMBRE DE LOS HOMBRES CONTEMPORÁNEOS

Pericles
¿Te das cuenta maestro las consecuencias que te pueden aportar tales reflexiones si las haces públicas? Incurres en un delito de impiedad y eso maestro, los magistrados, y tú lo sabes, lo hacen pagar muy caro. Incluso con la muerte.

Anaxágoras
 
Sé a que me expongo Pericles. Lo sé. Pero he de correr ese riesgo. Estoy preparado para ello.

Pericles
No puedes hacerlo Anaxágoras. De nada servirá que intervenga en tu favor. Nadie te apoyará en la asamblea. No harán nada por salvarte.

Anaxágoras
¿Salvarme? ¿Salvarme de morir o ser desterrado? ¿Qué importancia tiene eso? La verdadera salvación está en la verdad, Pericles, y la verdad, se encuentra en la evolución que mana del tiempo y del espacio. Los que nos contagiamos con ella no podemos dejarla morir por miedo a las represalias.
¿Cómo crees tú que se haría la historia de los hombres si nos calláramos?
Atenas está llena de pensadores, pero todos están muertos porque callan lo que los gobernantes no quieren oir.

Pericles
Los que no han callado también están muertos.
Maestro, si mañana hablas en la asamblea, te situarás entre la espada y la pared. Te juzgarán allá mismo y ni mi influencia como jefe de la democracia podría salvarte.

Anaxágoras
Cuando esa espada me atraviese, Pericles, no lloréis los que me queráis. Pensad que la verdad se mezclará con mi sangre y acaparará la mirada de los incrédulos y de los eruditos; éstos harán que mis pensamientos permanezcan y los demás acabarán por entender.


Pericles
¿Qué podría hacer para evitar lo inevitable, maestro? ¿Qué podría hacer?

Anaxágoras
Nada Pericles. Nada ¿Sabes? Me hubiera gustado que Sócrates asistiera mañana a la asamblea. Tú y él siempre fuisteis mis mejores discípulos. Lástima que no se encuentre en Atenas.

Pericles
Maestro, Sócrates…Sócrates es un libertino.

Anaxágoras
No digas eso Pericles, Sócrates siempre ha sido un embelesado de la belleza, de la juventud, pero nada tiene que ver con esas patrañas que se hablan de él. Su mente es clara y concisa. Es inteligente, audaz.
Tendrías que haberle visto. Cuando le expliqué que había llegado a la conclusión de que Elios sólo era una roca incandescente y que Selene era análoga a la tierra dijo: ¡Lo de los dioses es mentira! –Y añadió- maestro, vayamos al Olimpo y saquémonos de dentro todos los miedos y mentiras que cobijaron en nuestros corazones; gritémosle a las rocas del Olimpo que están vacías, que los dioses están muertos porque nunca han existido.
Fue como la liberación de su conciencia.
Me confesó que había roto con las supersticiones y que había perdido el miedo. Le preocupó al principio, pero después, todo fue distinto; su conciencia dejó de acosarle.
Después dijo algo que me conmovió: “gracias maestro, tú me has liberado con tus enseñanzas. Has hecho que mi conciencia aprenda a escoger sus padecimientos”.

Pericles
También a mí me sacaste del desconocimiento y limpiaste mi conciencia. También yo aprendí a desechar falsas culpas. ¿Pero crees a caso que si mañana te dejo solo explicando tus teorías podré apaciguar mi conciencia algún día?, no maestro, eso no es escoger culpas.

Anaxágoras
No Pericles. Tú no debes hablar. Sería un desastre si intervinieras en mi favor. Los aristócratas esperan atentos cualquier fallo del jefe de la democracia para hacerse con el poder y tú como tal, no debes permitirlo.
Deja que la historia siga su curso. No puedes ponerte de mi parte. Gracias a ti y a pesar de los contratiempos, el pueblo está mejor que antes. Has sido discípulo mío y sé que haces lo imposible por favorecer al débil. Debes ser fiel a esa mentira. A la mentira de la política. Se beneficiarán la historia y nuestros protegidos. Ellos necesitan ahora más de ti de lo que te pueda requerir mi verdad. Así, quizá algún día, se beneficien de ella.

Pericles
¡Estoy harto de fingir maestro! ¡Nunca existirá la libertad de los hombres mientras vivan temerosos de los Dioses! ¡Todos los que estamos en el poder lo sabemos! Desde que se aprobó el decreto de Diopites los Dioses se han convertido en nuestras espadas invisibles para atemorizar e incluso matar sin que nos manchemos las manos de sangre.
¡Farsantes, eso es lo que somos, farsantes!
Todos saben de tu verdad y creen en la no existencia de los Dioses. Sin embargo, te querrán matar por expresarlo.
¿Te das cuenta? ¿Cómo me pides que calle?

Anaxágoras
Si tú has de morir por algo ha de ser por la política de gobierno y no por tu agnosticismo. Será duro para ti, pero te ruego por el bien de Atenas, que mañana acates la mayoría.

Pericles
¡Pero eso significará estar de acuerdo con la sentencia de los magistrados! ¡Yo no puedo condenarte a muerte!

Anaxágoras
Si contradices a los magistrados, serás depuesto y nadie desde el poder podría en su momento hablarle al pueblo de mis creencias. Mi muerte de poco hubiera servido. Tú debes seguir presidiendo la democracia para impedir que la corrupción se siga extendiendo. Tú eres el único, que en su momento, podrá hablarle al pueblo y aproximarlo a la verdad. Solo tú puedes acercarte lo suficiente, desde el poder, para hacerle entender que las creencias religiosas de los griegos pertenecen al pasado; que han sucumbido a la claridad del pensamiento ateniense.

Pericles
Es un precio demasiado alto. Yo no puedo permanecer impasible mientras te condenan. Ellos lo saben. Saben que siento un gran respeto por ti y admiro tus reflexiones. Pero saben también que he permitido, desde el poder, fomentar la ignorancia y mantener viva una mentira que ya dura demasiado.
Quizá, si me pongo de tu parte, la gente llana empiece a reaccionar. ¿Sabes cuántas personas empiezan a preguntarse si en realidad existen tantos Dioses y tantas divinidades…?

Anaxágoras
Son muchas Pericles, pero no se atreven a razonarlo ni en la impunidad del sueño.
Es hora ya de que la devoción cese y, para eso, ha de desaparecer la superstición. Hay que explicarles que sus cosechas no son destruidas por el enfurecimiento de los Dioses; que sus sacrificios religiosos no aplacarán las tormentas; que la sabiduría no está en los pensamientos de los Dioses, sino en la libertad de los hombres.
Si quieres hacer algo por mí, haz eso. Enséñales el camino de la libertad, de la libertad verdadera con todos sus riesgos.
Que sus pensamientos no estén nunca supeditados a las divinidades de lo desconocido. En lo desconocido solo habita la muerte y…, se ha de ser paciente. Pase lo que pase mañana, sé que tú, en el momento oportuno, y los que te sucedan, hablareis de todo esto y el mundo y la historia empezará a plantearse un camino más benigno, más libre, donde la razón surja de pensamientos nobles.
INH

miércoles, 2 de junio de 2010

La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran. Paul Valéry
TRAGEDIA
Se llevó la mano a la frente y, a modo de visera, la colocó en el ceño fruncido. Miró al sur, hacia el horizonte, y vio una larga procesión de ataúdes que desdibujaban con sus destellos la línea imaginaria. ¡Son los muertos de la guerra! Pensó. Y recordó las grandes y reconciliadoras palabras de paz, libertad y democracia que, después de todas las guerras, prometían al mundo desde la impecable mesa de los cancerberos. Penetró mas adelante, sorteando con la mirada el lúgubre contraluz, y apareció nítido el escenario de la gran tragedia. Un soldado deambulaba entre las ruinas. Cansado, se sienta sobre la carcasa de un misil reventado de odio. Abre la boca hasta encajar dentro el cañón de su arma y se pega un tiro. Era un soldado sin enemigos. Una criatura desesperada se esfuerza en pronunciar el nombre de su madre. El llanto no le deja, pero está segura de que su madre, acudirá a despertarla y la sacará de aquel sueño maldito. Un centinela de trinchera ve a lo lejos al enemigo y se pregunta quién será ese desconocido que caerá cuando él apriete el gatillo. ¡Escenas desgarradoras de la guerra! pensó. Al fondo, amparado en la oscuridad, un hombre arrogante y entrado en años aplastaba con la yema de sus dedos la densidad de un líquido negro. Unas gotas codiciosas caen y atraviesan el buche de una paloma que gorjeaba en el desierto. El hombre arrogante se asusta y adopta forma de loba. Aúlla, se estira en el suelo y acuden una docena de cachorros que, entusiasmados, se enganchan a los pezones rosados de la ubre. La leche negra brota hasta el desbordamiento. Al fondo, también, pero en el lado contrario, un hombre sólo y como perdido mezcla sangre de inocentes con plegarias incomprensibles. Mientras, busca desesperanzado entre las dunas, granos de arena que pasen por el yugo de su reloj a punto de pararse. Una vez más, la realidad superaba a la ficción. La espesa bruma de la distancia y el acento cinematográfico de la televisión no bastaron para vender la farsa como causa justa. ¿Qué tendrán dentro de esos corazones esas mentes tan siniestras? ¿Estarán locos?, se preguntó. Indignado, avergonzado de su especie, deseó convertirse en rata y perder su divinidad. ¡Quizá así, pensó, pueda entender el odio y la repugnancia de los hombres! INH

jueves, 27 de mayo de 2010

NO MIENTO CUANDO TE DIGO QUE ES CIERTO



He cogido tu último libro entre mis manos y he leído uno de sus poemas. Y otro y otro. Y… maldita sea, qué desatinado estuviste. Que accidente más absurdo.
En la contraportada hay una dedicatoria conmovedora que escribiste al acabar la lectura de tus poesías. Sin saberlo, la última vez que recitabas tus versos a esos extraños tan cercanos. ¿Recuerdas aquel lugar? Un teatro en la buhardilla de un precioso edificio. Te encontrabas a gusto en aquel espacio abarrotado de gente. Se notaba. El aforo, que no era muy grande, hacía que todos nos sintiéramos más próximos a tí. A tu obra. Tu voz quebrada, tocada por aquel tabaco negro que fumabas, mostraba con claridad los rincones más ocultos de tus poemas. La luz, envuelta en humo, se hacía tenue. Señalaba un rostro endurecido, no sé si por las sombras o por esa mirada del poeta que traspasa, pero de cualquier manera, a cada palabra tuya, a cada estrofa, tu rostro enternecía. Releo tus escritos. Abundo en ellos más que nunca. Y me pregunto, si será por que te fuiste así, de repente. Hoy, mientras miraba hacia atrás, he recordado ese “Quiero que regresemos al pan duro, a la fruta furtiva” que mencionas en uno de tus poemas, refiriéndote a esos amigos de la primera escuela que se quedaron atrás, o el destino los llevó lejos, pero que, en definitiva, necesitabas recordarlos cuando un sentimiento recorrió tu piel hasta ponerla de gallina. Hoy he recordado ese poema. Y a esos amigos, que como los tuyos, un día me enseñaron y después se perdieron. Y te he recordado a ti. Y he cogido ese libro, y sus poemas, que son tuyos, y he respirado al filo de la nostalgia más dura; del recuerdo más triste. He buscado entre papeles, una carpeta roja llena de recortes de prensa. Hablan de tu obra, de tu persona, del fatal accidente. Un famoso escritor y periodista dice: “Su recuerdo es para mí y para muchos una lección de libertad, de dignidad, de coherencia”. Y tiene razón. Tus poemas están llenos de recuerdos de unos tiempos difíciles. Unos tiempos de incertidumbre y brutalidad donde la edad temprana se llevaba la peor parte. Pero ahí quedan tus reflexiones. Cualquier otro camino, quizás, te habría hecho olvidar y envejecer más cómodamente pero, ¡ay!, nadie puede rodear el interior para evitar la sensibilidad que proporcionan los ojos; el corazón o la memoria. Esa sensibilidad que hablaba de libertad cuando era una palabra prohibida y que después, cuando ya no lo fue, seguía vigente en tus escritos revindicándola desde otros conceptos más profundos. Pero, en fin, no voy a exponerte ahora las impresiones intelectuales que se han publicado sobre tí desde que nos dejaste. No. Hay muchas y todas coinciden en ese punto cabal que hace excepcional a una persona. Yo, lo que si quiero que sepas, es que te estoy muy agradecido por haberte pegado a ese lado de la vida desde donde nos has enseñado, línea a línea, a traspasar el cómodo y absurdo estado de la indeferencia. Ese estado infranqueable, casi vegetal, que si no se estimula te entrega indefenso a la rutina de lo convencional. No es que hayas sido mi guía espiritual, ni un gurú, ni un Dios al que tenga que agradecer el descubrimiento de la verdad. Pero sí que fuiste uno de esos autores claves, que a cierta edad, me proporcionaron, con respecto a la vida, la posibilidad de elegir, la posibilidad de combatir lo que se daba como definitivo. Y ahora, con tu libro abierto, me adentro en sus páginas y descubro palabras nuevas; imágenes claras en las estrofas; heridas cerradas que dejaron brecha en el recuerdo: colores oscuros a punto de cuajar en negro; situaciones dolorosas y divertidas. Y vuelvo a la dedicatoria que hay en la contraportada y que va dirigida a mi hija. Como así te lo pedí. Y no puedo evitar emocionarme cuando leo “A Sibil.la del padre de Julia”.
INH
El poeta José Agustín Goytisolo, en 1996।- MARCEL·LÍ SÀENZ